A propósito del estreno nacional de lo que los humanos ven como sangre, los jaguares ven como chicha.
Los ojos son la piel. No es la vista lo que nos acerca primero al mundo, es el tacto, son las manos. Algo curioso de contarle un recuerdo a alguien, es que solemos recurrir a descripciones de imágenes fragmentarias y difusas, que en crudo parecieran no tener correlación. Inevitablemente para hacerlas inteligibles, se les añade algún tipo de hilo conductor que las termina sacando del espectro de lo intransferible, de esa experiencia visceral del cuerpo, dejando una sensación de despojo. Como si eso que contamos, no terminara de hacerle justicia a lo que sentimos, a esos temblores en las manos, a los intervalos en nuestra respiración, a la visión borrosa del miedo o al éxtasis de la emoción. ¿No son los sueños y la memoria, experiencias que se sostienen en y a través del cuerpo? ¿Y no son también el territorio desde el que podemos esbozar imágenes de la otredad? Paradójicamente, lo visceral, propio de la experiencia individual, pareciera abrirse a otras posibilidades de entender y de ver el mundo a partir de la memoria, los sueños y otros mapas del afecto. Ahí podemos conectarnos con cierta animalidad “perdida”, con una forma de la visión que justamente atraviesa primero que todo al cuerpo. Esta experiencia primaria que está necesariamente por fuera del lenguaje, nos habilita el acceso a un espacio compartido con un coyote, con la vibración tambaleante de territorios que han vivido un genocidio, con la tierra ajena de un pueblo que no conocemos o bien, con la propia que está a la distancia: con sus gestos, sus resistencias. El espacio concreto, tangible en donde todo esto puede volverse una experiencia colectiva es el cine.
Hay algo en las imágenes en 16mm de lo que los humanos ven como sangre, los jaguares ven como chicha que evoca esta experiencia táctil de la visión que sugeríamos al inicio, que pareciese estar conducida por un afecto profundo, situado en las texturas, en las manos, en el ají del chancho, en un territorio en concreto. Una mirada que añora y se pregunta por otra. Cámara vítrea: lo que sueñan los jaguares es un ciclo que pretende continuar las preguntas por la mirada, el afecto y sus redes arborescentes que disparan la última película de la Luciana Decker. Nunca podremos mirar como lo hacen los animales, muy difícilmente podremos traducir del todo al lenguaje nuestra propia animalidad, pero al menos el cine puede imaginarlo, ensayar formas y así rebotarnos la pregunta, ¿Cómo miran ellxs? ¿Cómo miramos nosotrxs?
La vertiente