Introducción
Lxs adolescentes que se interpretan a sí mismxs en Maifrens, entre chupas, charlas, risas y disputas, interpretan también un universo artificial y estereotipado que se construye colectivamente sobre la calle y lo que creemos que pasa cuando un grupo de amigxs como ellxs se junta a habitarla. Es aquí donde opera la violencia simbólica, esa que se gesta desde el lenguaje y preprograma las imágenes que tenemos sobre el mundo. En ese imaginario ellxs siempre van a ser lxs sospechosxs.
¿Qué sucede cuando estos imaginarios desembocan en violencias más tangibles? Como las que ejerce la policía, por ejemplo, o las que sostenemos en la cotidianidad en un pacto de realidad compartida. La violencia y su arbitrariedad, responden a un miedo que solo es posible a partir de la criminalización del otrx, en donde hay un trasfondo colonial, racista y clasista que da licencia a los abusos de poder estructurales.
En respuesta a quienes deciden creer que este imaginario es real, Maifrens y las películas del programa deciden hacer una operación inversa y brechtiana. Frente a la imagen de un adolescente sosteniendo un cuchillo, cargada inevitablemente por una serie de sentidos previamente construidos y cristalizados, se acude a la ficción, al juego y a lo performativo. Como una suerte de conjuro que desnaturaliza la imagen, la disloca de sus sentidos obvios y desplaza la sospecha sobre si misma. Las cartas y las reglas se ponen sobre la mesa, cada persona/personaje tiene un rol asignado. Los buenos, los malos, los sospechosos y los que no, son necesariamente una ficción, y para estás películas una forma de resistencia.
La vertiente